viernes, 27 de noviembre de 2009
silvio
No he sido muy mitómano, aunque unos de las mayores satisfacciones de mi trabajo como manager o agente, ha sido tratar con artistas fantásticos y poder disfrutar de su arte, y al mismo tiempo convivir con ellos en los prolegómenos y finales de los conciertos: pruebas de sonido, comidas o cenas, actos promocionales, ratos muertos en hoteles, camaradería en bares tras el trabajo, viajes..
Pero eso tendrá su entrada o irá apareciendo aquí y allá.
Peregriné a Madrid, a la sala Suristán, para ver a Silvio y copio una crónica de ese día,que he encontrado en el blog de grupos de los 80
El ultimo concierto de Silvio en Madrid fue en la sala Suristán, con media entrada. En el escenario, Silvio sentado junto a una mesa. En la mesa, diferentes bebidas y varias gafas. Silvio bebe de esta o de la otra, se pone gafas oscuras, se las quita. Silvio está oyendo los blues, los rocanroles, las baladas que esculpen sus Diplomáticos. Oye con una mezcla de concentración y relajamiento, como si fuera uno de esos viejos cantaores que se dosifican, que saben intuir la llegada del duende. De repente, Silvio rompe a cantar. Y te hunde el estilete. Da lo mismo que su inglés sea tan peculiar como su italiano, que su español suene misteriosamente sureño: ha afilado su punta para que llegue hasta tu víscera. Expresión pura, sentimiento eterno. Comprendes entonces que todo es cierto, que en Silvio hay mucho más que un heterodoxo sevillano pescado por Jesús Quintero para su galería de friquis.
Que por muy personaje-único-de-ciudad-única que parezca Silvio, lo esencial es el artista. Es decir, el poseedor de una sensibilidad que comunica aunque nada sepas de su extraordinaria vida. Que conecta incluso en una noche en la que la tribu madrileña del rock anda de resaca. Una noche en la que Silvio realiza el milagro de los panes y los peces con su corazón.
estuve en ese concierto, peregriné desde Zaragoza, pues nunca había visto a Silvio en vivo (sí a través de la 2 de TVE, en la famosa maratón de rock que retrasmitieron completa, creo que en el palacio de los deportes de Madrid, aquella genial frase de Tierno Galván: jóvenes a colocarse y al loro; con Barra Libre; me impactaron pero tardé años en relacionar a Silvio con aquel concierto pues entonces no sabía quien era el; salieron pronto, por eso le ví, y no recuerdo nada mas bello y brutal, cuando estábamos quizá confundidos en los 80
está magníficamente descrito ese concierto de Suristán; emocionante: estuve (que recuerde) con Saul, Diego A. Manrique, Armando Ruah, y a los platos Rodolfo Poveda, estupendo esa noche. en la mesa había, creo, copa de coñac, agua y Ducados, qué chimenea, y la banda cual Blues Brothers metiendo caña hasta que el decidía cantar
en el descanso, pues fueron dos pases, Silvio estaba en una especie de camerino, con cajas de cerveza a los lados, y fuí incapaz de dirigirme a el, y decirle todo lo que le amaba, y que, yo ya debería tener mas de 40 años; había viajado desde Zaragoza solo para verle (en mi fondo sabía que era una oportunidad casi última, como así fue)
grande Silvio, portentoso, para mí está el y todo lo demás
sobre el hay un documental de Paco bech, que puedes ver picando en el enlace; dura mas de 1 hora, pero es una buena forma de conocerle, aunque echo en falta mas ratos de buenas actuaciones
y como botón este video de una actuación en tv, con el tema betis, ese en el que nunca decía betis, sino eti; porque era del Sevilla CF. Es inmenso, maní, si te quieres divertir.. eeeti
y ya puestos este delicado Obituario que en www.muzikalia.com, le dedicó Pedro Zablaza
La muerte de Silvio Fernández deja al rock español sin una de sus figuras más geniales y estrafalarias.
“La verdad sobre mí la saben la KGB, la CIA y tres o cuatro más”, declaraba enigmático Silvio Fernández Melgarejo no hace demasiado tiempo en una entrevista a Canal Sur. El inclasificable rockero se mostraba así consciente de su condición de leyenda. Una naturaleza casi mítica que perdurará más allá de su muerte, sucedida a principios de este mes. Hasta el punto de que nadie se extrañaría mucho si, como a su idolatrado Elvis, alguien asegura que lo ha visto saliendo vivo y coleando de la trianera Iglesia del Cachorro; o en las cercanías del Sánchez Pizjuán; o en un rincón del Bar ABC, su Graceland particular.
Silvio ha sido un referente ineludible para la música sevillana desde hace tres décadas; pero, por encima de localismos, encarnó, deliberadamente o no, a un personaje inimitable e irrepetible, empapado hasta las últimas consecuencias de la esencia universal del rock’n’roll. Empapado de eso y de cualquier cosa que pudiera salir de una botella. Excepto un genio, claro. Para genialidades se bastaba él solo.
A contracorriente de estos tiempos de escrupulosa defensa de los derechos de autor y donde llueven acusaciones de plagio al menor descuido, Silvio no se cuidó nunca de tomar de aquí y de allá cualquier melodía que le gustase para incorporarla a su repertorio. Así, los cinco discos que grabó a lo largo de su carrera son en gran medida un batiburrillo de pintorescas y personalísimas versiones de clásicos de los cincuenta y sesenta, en un abanico musical que va desde el rock americano a la canción italiana, pasando por Antonio Molina. No en vano, su vocación le venía de las grabaciones de Elvis que le ponía en el autobús el conductor que le llevaba a la escuela. Y sobre su pasión por lo italiano... en fin, baste con decir que Silvio se confesaba devoto de los tres emperadores romanos de Sevilla: Trajano, Adriano y Celentano.
Sus letras hablan de amores no correspondidos –muchas veces, sacados de su propia vida– y de excesos alcohólicos; pero también podía, sin dejar de ser fiel a sí mismo, dedicar una canción al Betis (pese a ser un sevillista declarado), a todas las vírgenes de las iglesias sevillanas o poner música a los versos místicos de San Juan de la Cruz. Algo coherente para alguien que se decía un rockero algo cofrade. Más que un rockero impenitente, Silvio lo era penitente.
Fue un artista de Sevilla para el mundo y si, finalmente, no ha trascendido los límites de la ciudad del Guadalquivir, no será porque él no haya puesto empeño en conformar una discografía babélica. En sus temas, el castellano alterna con el inglés, el francés, el portugués o el italiano. Y allí donde no llegaba su conocimiento del idioma, lo suplía con imaginación y descaro, las mismas armas que hacían de sus conciertos experiencias irrepetibles. Podía llegar dos horas tarde (jamás usaba reloj); podía ir tan puesto que apenas se tuviera sobre el escenario; podía olvidarse la letra o saltar sin aviso previo a otra canción o darle el arrebato racial y ofrecer al respetable una sesión de flamenco etílico. Pero, a la manera de su paisano Curro Romero, cuando tenía la tarde, era el rey. Así que, ahora que el rey ha muerto, ¡viva el rey!,
y este otro video raro y genial del canal sur
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